50 años de haber sido nombrada Basílica

Este domingo 27 de septiembre se llevó acabo la Solemne Eucaristía, presidida por Mons. José Cayetano Parra Novo, op, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala. Y concelebró fray Carlos Cáceres, Prior Provincial, fray Luis Roberto Aguilar. También estuvo presente fray Ottavio Sassu, fray Tomás Trejo, fray Francisco Sequeira, fray Néstor Alvarado, fray Martín Illescas, fray Antonio Matabuena y fray Geovany Molina. Dando gracias a Dios por cumplir, el templo de Santo Domingo, 50 años de haber sido elevado al rango y dignidad de Basílica.

 

 

UN POCO DE HISTORIA

Queremos compartir con ustedes datos históricos de nuestro templo, en sus 50 años de haber sido elevada al rango de Basílica.

En el año 1529, fray Domingo de Betanzos, O.P., primer dominico en pisar suelo guatemalteco, construye la primera iglesia de Santo Domingo. Esta iglesia fue una construcción muy sencilla: horcones de madera, cañas embarradas de lodo a manera de tapias y techos de paja; se levantó en el valle de Almolonga, en lo que hoy se conocemos como Ciudad Vieja en el departamento de Sacatepéquez. La iglesia, que incluía también dentro de su área la casa de los frailes y un huerto, se ubicaba en el sector oriental de la ciudad.

Al trasladarse a la ciudad a Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala, se dieron 4 solares en la parte alta de la ciudad a los dominicos. El padre vicario fray Tomás de las Caselas, O.P., en 1544 inició la construcción formal de un convento de adobes. La capilla del Rosario en el templo de la Antigua Guatemala, era la más bella de América. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán en su Recordación Florida, dice: «la Virgen estaba en un elegante y maravilloso lugar, cuanto capaz y pulida la capilla. Otro autor la llama la magnífica (…) que por su grandeza y singulares adornos forma como otro cuerpo dentro de aquel (…) siendo admirable maravilla, digno relicario de la Santa Imagen. El padre Cadena, la considera como un abreviado alcázar de la gloria». «El altar era obra tallada primorosamente en madera, sus gallardas columnas se hallaban bien ornamentadas: presentaban arquitectura rara, mezcla de renacimiento, arte italiano, francés y hasta morisco» .

1773, los dominicos se dieron cuenta de que era imposible reparar el hermoso templo que había quedado destruido, pero tuvieron el cuidado, con ayuda de los vecinos, de salvar todo lo que tenían en su interior. El 21 de septiembre de 1775, el rey Carlos III firmó la cédula confirmando el traslado de la ciudad al valle de la Ermita. La comunidad de los frailes dominicos fue la primera que se trasladó al valle de la Ermita.  Al mes de fundada la nueva ciudad en el Valle de la Ermita, se entregó a los dominicos un extenso terreno, para que edificaran su convento y templo. Les tocó en el sector oriental, en un campo de trescientas varas de norte a sur, por cuatrocientas de oriente a occidente. Cuando se propuso el traslado de la ciudad, se decidió que se mantendría la delineación que tenía en Santiago de los Caballeros, y que a cada vecino se le otorgaría el mismo espacio, para así evitar conflictos. A los dominicos, se les otorgó un área proporcional a la que tenían anteriormente.

Para julio de 1778, ya se tenían los cimientos del convento y estaba terminada parte de la iglesia provisional en el valle de la Ermita. La piedra para el templo se traía de unos cerros en la aldea de Las Vacas y a la argamasa le agregaban miel de caña y leche para darle mayor consistencia. Las obras estuvieron a cargo del arquitecto don Pedro Garci-Aguirre.  Con ayuda del rey Carlos IV de España, el monumental conjunto arquitectónico pudo ser costeado en su totalidad y a pesar de que los frailes dominicos pasaron durante esos años estrecheces económicas, los trabajos para terminar el templo nunca se detuvieron. La construcción del templo y el convento principió en enero de 1788 y la concluyó en noviembre de 1808.

El 5 de noviembre de 1808, el reverendo padre maestro, doctor y provincial fray Antonio Ibáñez, O.P., bendijo la iglesia sin que la obra estuviera concluida, para la ocasión se organizan grandes festividades.  Aquel día, a las 12:00 horas, la campana mayor del templo de Santo Domingo anunciaba el gran acontecimiento del traslado de la santísima Virgen del Rosario, y seguidamente todos los templos siguieron repicando sin cesar. A las 16:00 horas salió el cortejo del templo de Santo Domingo hacia la casa número 6 de la calle Real (hoy 6ª avenida), domicilio de Francisco de Nájera, ministro general de la Real Hacienda. El cortejo llegó a Santo Domingo, a las ocho de la noche. El acto culminó cuando se colocó la imagen de la Santísima Virgen del Rosario en su camarín del altar mayor. Hubo fuegos artificiales y música hasta más allá de las 10 de la noche.

Domingo en el Valle de la Ermita estuvieron a cargo del arquitecto don Pedro Garci-Aguirre. Dirigió la obra de la Iglesia (como ingeniero voluntario) desde su principio e hizo el plano. Sobre él nos dice fray Juan Indacoechea, O.P., sacristán mayor del convento en el libro de entierros: «El 17 de septiembre de este año 1809, se enterró en el nicho del presbiterio el cuerpo de Don Pedro Garci-Aguirre.  El templo fue entregado, aunque inconcluso, a los dominicos el 17 de agosto de 1809. Exactamente un mes más tarde, murió de cáncer en la garganta el arquitecto don Pedro Garci-Aguirre y fue enterrado en el nicho del presbiterio.

Para la fachada del templo, el arquitecto se apartó del tema común de los templos de torres paralelas y remate central, Santo Domingo se ve coronado por barandajes, cubiertos por torres y estatuas casi al mismo nivel.  Antes de los terremotos de 1917-1919 eran siete estatuas. En el centro estaba San Vicente Ferrer y a los lados dos papas, dos frailes y dos obispos. Después de la reconstrucción quedaron solamente tres: el Patrono de la orden y fundador de los Predicadores, santo Domingo de Guzmán, presidiendo la fachada; en la torre norte san Vicente Ferrer y en la torre sur, santo Tomás de Aquino.

Las hornacinas del cuerpo bajo siempre estuvieron vacías, y parece que en ellas el arquitecto pensaba colocar estatuas de algunas de las numerosas santas que tiene la orden, ya que los santos aparecían en lo alto coronando la fachada. En la década de los años noventa del siglo pasado, la comunidad dominica decide honrar a algunos frailes dominicos que tuvieron un rol importante en la historia de Guatemala e integran estatuas de estos seis personajes: fray Domingo Betanzos O.P. (primer dominico en llegar a territorio guatemalteco), fray Lope de Montoya, O.P. (a quien se le atribuye haber encargado la burilación de la imagen de plata de Nuestra Señora del Rosario), fray Francisco de Vitoria, O.P. (quien destacó por sus ideas y contribuciones al derecho internacional y desde la universidad de Salamanca apoyó la lucha de fray Bartolomé de las Casas), fray Pedro Mártir Salazar, O.P. (fundador de la Hermandad del Señor Sepultado), fray Francisco Ximénez, O.P. (que rescató el Popol Vuh) y fray Domingo de Vico (gran evangelizador de la Verapaz, martirizado cerca de Cobán en 1555).

El atrio del Templo de Santo Domingo es bastante amplio, tiene de norte a sur 59 metros y de este a oeste 50, tuvo una verja de hierro que después fue retirada. Tuvo originalmente una cruz atrial de piedra de cantera, visible desde lejos por sus dimensiones. Con el paso de los años, el espacio fue transformado de una plaza con un jardineras y bancas, y posteriormente –tras diversas reformas– en un atrio procesional y estacionamiento para visitantes. Cabe destacar que, entre las jardineras se han colocado las estatuas de dos dominicos insignes: fray Bartolomé de la Casas, O.P., defensor de los indígenas, y Mons. Julián Raymundo Riveiro y Jacinto, O.P., arzobispo de Guatemala de 1914 a 1921, promotor incansable del Santo Rosario y creador de las celebraciones del Rosario en el mes de octubre.

La cúpula del crucero es majestuosa y bien proporcionada. En las pechinas se ven los retratos al óleo de los cuatro Papas dominicos: san Pío V, el beato Inocencio V, el beato Benedicto XI y Benedicto XIII, muerto en olor de santidad, y cuya causa de beatificación está introducida. Tiene cuatro grandes ventanas y una linternilla, su altura es casi de 24 metros.  Esta cúpula tiene un gran valor, ya que es la única de los templos del Centro Histórico que ha logrado mantenerse de pie desde su construcción. Es masiva y de baja altura, quizá por ello ha logrado permanecer hasta el día de hoy.

En todas las columnas de la nave central del templo, menos en las cuatro de la entrada, hay hornacinas con un santo o santa dominicos y sobre estas, guirnaldas doradas y lienzos con representaciones marianas y motivos de la orden dominica; en la parte inferior de las columnas, en negro, resaltan las cruces de consagración.  Los santos y santas que están en las hornacinas fueron hechos por los discípulos de Pedro Garci-Aguirre. Los tres primeros en el lado derecho, según se ingresa, son: santa Catalina de Siena, san Jacinto de Polonia y santa Inés de Montepulsiano; en el lado izquierdo son: san Luis Beltrán, santa Rosa de Lima y san Raymundo de Peñafort. En las cuatro columnas del crucero están: san Antonino de Florencia y el beato Bartolomé de Braganza, del lado del evangelio, san Pío V y el beato Agustín Luceriano, del lado de la epístola.

El púlpito, de elegante forma, es de lo mejor que hay en Guatemala en materia de acústica, pues sin esfuerzo se oye perfectamente la voz del predicador en toda la Iglesia. La imagen que se veía en él, según la tradición, era un retrato de fray Miguel Aycinena, O.P., pero, por una mala interpretación, se creyó durante mucho tiempo que era santo Tomás de Aquino. Lamentablemente fue sustraída del templo y actualmente se encuentra una reproducción de un retrato de santo Tomás de Aquino de autor desconocido. El tornavoz está cubierto con una piel no muy estirada y todo el conjunto remata con un Niño Dios que sostiene el orbe en su mano izquierda  El coro bajo estaba destinado a que la numerosa comunidad de frailes dominicos cantaran el oficio divino y las misas. Así se comprende que la bóveda debía ser como un tubo acústico, que recogiera todas las voces y las proyectara hacia el altar y el templo.

El coro bajo estuvo embellecido con dieciséis cuadros, casi todos trabajados por los discípulos de Garci-Aguirre. Los dos patriarcas, santo Domingo y san Francisco en el fondo y los otros catorce, que representan distintos momentos de la vida de la santísima Virgen, desde su nacimiento hasta su coronación en los cielos, ahora se encuentran en el interior del convento y de la sacristía. Tiene doble sillería alta y baja, dividida en dos grupos: la del primer grupo con filetes dorados sobre madera de color oscuro. En el centro hay una hornacina donde se acostumbraba colocar una imagen de la Virgen del Rosario. En medio del coro estaba el facistol , que remataba en un precioso crucifijo de marfil, que ya no existe.  El coro alto queda sobre las puertas principales y está sostenido por las cuatro primeras columnas de la nave central y los muros laterales. Su bóveda es continuación de la nave central, pero es redonda y carece de arcos y ornamentación. Este coro tenía la misma distribución que el de la parte baja.En las paredes había 14 grandes lienzos y ocho cuadros con cristal, que eran retratos de varios santos, de la Divina Pastora, escenas de la vida del Señor y algunos pasajes bíblicos, todos ellos han desaparecido, lo mismo que la escultura de la Virgen del Rosario que presidía el coro. Había otro facistol, con una imagen de santo Domingo en el nicho. Se puede subir a él por una amplia escalera de piedra que arranca del claustro, a la entrada de lo que hoy se llama «el cañón», tiene otro acceso por una escalera de caracol, que parte de la capilla de la Virgen de Valvanera y una puerta que conecta con el nuevo convento. Desde este coro se puede acceder a los dos campanarios. De todo el mobiliario y obras de arte del coro alto no queda más que dos fragmentos de la sillería (de cinco asientos cada uno), que han sido colocados recientemente en el presbiterio.

Originalmente ubicados en la sacristía, es una colección de catorce grandes cuadros. Según la inscripción encontrada atrás de la pintura de san Simón: «Este apostolado, exceptuando a S. Andrés, que es el de Mtro. Merlo en Guatemala; San Bartolomé, el Salvador y la Virgen por Rosales; todos los demás son del insigne D. Francisco Zurbarán en Sevilla, que murió en Madrid, en el año 1662. A solicitud de Fray Luis de la Puente, los reparó el Mtro. Juan José Rosales en el año 1804 en la Nueva Guatemala». Los doce lienzos de los apóstoles vinieron a la Antigua Guatemala procedentes de Cádiz, pasando por México. De estos, el de san Andrés se rompió y se encomendó su reposición al maestro Tomás de Merlo (Guatemala, 1694-1739). Actualmente este valiosísimo apostolado se ubica en el interior de la basílica en las columnas que están entre la nave central y las naves laterales.

Por una puerta grande abierta que hay en el lado norte del crucero, se accede a la capilla del santo patriarca de los predicadores, santo Domingo de Guzmán. Esta capilla prestaba ya servicio en 1813, mide 10 metros de ancho y 10 metros de alto. Fue embaldosada hacia 1906 con cemento romano, con los colores del hábito dominicano: blanco y negro. En ella se venera la magnífica imagen de santo Domingo, que vino de la Antigua y que fue burilada por Alonso de la Paz. El retablo es de un estilo puro y elegante, mandado a hacer por fray Cayetano Díaz, O.P., guardián del templo durante la exclaustración de 1829, pues al salir de la ciudad para el destierro en la mañana del 11 de julio, se fracturó un brazo al caer del caballo y lo regresaron. Fue dorado de nuevo en el tiempo de Fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto, O.P., por el artista Arcadio Escobar. Fue restaurado completamente en el año 2018.

En 1929 se colocaron a ambos lados de dicho altar, sobre columnas de mármol, dos ángeles en actitud de adoración, obra del escultor don Manuel Antonio Montúfar. En 1930 fueron sustituidos por dos pequeños altares con sus hornacinas, en los que estaban las imágenes de la beata Margarita de Castello, a mano derecha y a la izquierda, la beata Imelda Lambertini; esta fue hecha por el escultor y pintor guatemalteco H. V. Solís, en 1928. En algún momento llegaron a haber hasta seis santos de la orden alrededor de santo Domingo, todos ellos lamentablemente perdidos en la actualidad. Después de la última restauración, se colocaron a sus costados las imágenes de San Martín de Porres y San Juan Macías.

El presbiterio es el área de la iglesia que se ubica delante del retablo principal y donde se en encuentra el altar mayor. Está más elevado que la nave central para permitir que las y los fieles tengan una mejor visibilidad a la hora de la celebración eucarística. El retablo principal está colocado al fondo y en el centro de la nave central. El primer retablo se hizo para las fiestas de inauguración del templo en 1808. Era un templete, casi todo forrado de espejos, con cuatro altares. El segundo altar con su retablo fue el que prestó servicio hasta los terremotos de 1917-18. Este fue reformado por mandato del fray Julián Raymundo Riveiro y Jacinto en 1906.

El tercer altar fue comprado por fray Pablo Sánchez, O.P., capellán del templo, a don Giocondo Granai. Era todo de mármol blanco de Carrara con incrustaciones de colores. Había sido importado de Italia y fue armado en la Iglesia por don Juan Expósito. Llevaba en el frontis esta invocación: «¡Madre, ruega por tus hijos!» Y a los lados, las palabras: «Ave gratia plena, Dominus tecum – Benedicta, tu in mulieribus», es decir «Salve llena de gracia, el Señor está contigo – Bendita tú entre las mujeres». Se inauguró el 26 de septiembre de 1920.

El camarín de la Virgen remataba en un ángel de buena estatura en actitud de volar y que sostiene en sus manos un rosario de luces, este fue hecho en el taller de don Raymundo Vielman en 1927 y donado por don Vicente Arévalo.

En 1960 se instaló un retablo y altar de madera, más acorde a la nueva época. Se encarga el diseño a un taller español, el cual elabora de forma simultánea varios altares para distintos templos de la ciudad. Este es el que existe actualmente. En él se integran cuatro santos muy importantes de la orden: santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, san Alberto Magno y san Vicente Ferrer. En el centro hay un expositor para la hermosa y artística custodia de santo Tomás que tiene 1.80 metros de alto. Encima del expositor, se encuentra el camarín de la Santísima Virgen del Rosario, sobre Ella, un conjunto escultórico con la Santísima Trinidad y dos ángeles niños que portan el anagrama mariano.

Este retablo es de madera sobredorada en oro de 23 quilates. A raíz de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, se separó el altar del retablo, adelantándolo varios metros hacia el pueblo.  A lo largo de los años se han llevado a cabo actos importantes para la religiosidad popular de la Basílica como son: la Coronación Pontificia de Nuestra Señora del Rosario en 1934 y las consagraciones del Señor Sepultado (1973), Nuestra Señora de la Soledad (1998), la Santísima Virgen del Rosario (1995) y Santo Domingo de Guzmán, siendo está última el 7 de agosto de 2016, en el marco del jubileo de los 800 años de la Orden de Predicadores.


También se ha tenido en los últimos años el aumento de algunas devociones, en particular la del Dulce Nazareno Dominico: Jesús de la Buena Muerte. También se ha tenido la presentación de nuevas imágenes que pasan a formar parte del valor artístico y devocional de la Basílica, como la imagen de San Fransico de Asís, Jesús Resucitado y María Santísima de Dolores, la cual fue presentada al pueblo católico en la Cuaresma del año 2019.

La Iglesia de Santo Domingo fue consagrada y elevada a la categoría de basílica el 27 de septiembre de 1970. Es preciso recordar que aquel año se estaba conmemorando el octavo centenario del nacimiento de santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores. Asistieron miembros de los tres poderes de la república, de la alcaldía capitalina y del cuerpo diplomático y consular.  Para la ceremonia, la Santísima Virgen del Rosario estrenaba un ajuar blanco y azul así como el juego de cortinas azul y blanco que adornaban todo el templo, donados por expresidente de Guatemala, licenciado Julio César Méndez Montenegro y de su esposa doña Sara de la Hoz de Méndez.

El cetro real de oro y plata recamado de piedras preciosas estrenado también para dicha ocasión, fue hecho por los orfebres antigüeños don J. Antonio Ordóñez Berdúo y Manuel A. Ordóñez, pudo hacerse gracias a la colaboración de muchos devotos de la santísima Virgen que ofrendaron diversidad de objetos de plata y oro, así como varias piedras preciosas con las cuales se enriqueció dicho cetro.

El excelentísimo señor cardenal Mario Casariego Acevedo, arzobispo de Guatemala, entró en el templo el 27 de septiembre de 1970, precedido por los Condecorados Pontificios y los Caballeros de Colón, quienes lucían sus vistosos uniformes. Poco antes, los reverendos padres dominicos encabezados por fray Jacinto Hoyos, O.P. y fray Luis María Estrada Paetau, O.P., prior de Santo Domingo y primer rector de la basílica, lo habían recibido en la puerta junto con los miembros del comité ejecutivo de los festejos.

Alumnos de los colegios de Infantes y San Sebastián hicieron valla de honor en el atrio y en la nave central, respectivamente, y una delegación de boy scouts o «niños exploradores» ayudó a colocar y controlar al público.  A las 9:00 horas el cardenal Casariego, revestido con mitra y báculo y asistido por los reverendos padres Hoyos y Estrada, comenzó la ceremonia de la consagración del templo. Primero invocó tres veces el nombre de la Virgen y de los santos cuyas reliquias iban a ser puestas en el altar mayor, luego, con el báculo, hizo una cruz en el umbral, antes de entrar en la iglesia.

El cardenal hizo entonces su entrada litúrgica al templo, rezó las letanías de los santos y, a continuación, el coro de la basílica entonó los salmos: Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la Casa del Señor’ y Qué deseables son, Señor, tus moradas. Luego se colocaron en la mesa del altar mayor las reliquias de los santos, incrustándolas en la «piedra ara». Seguidamente se ungió con el santo Crisma, el altar y las doce columnas del templo. Doce cruces negras que todavía hoy se pueden ver a lo largo de la iglesia, nos recuerdan el momento de la consagración con el óleo sagrado por parte del señor cardenal, quien iba diciendo: «Sea Santificado y Consagrado este templo».

 

Back to Top