En el cierre del Jubileo Vicentino 2019

Queridos hermanos y hermanas:

 

Que la alegría de Jesucristo Resucitado sea nuestra luz en este tiempo en que la Iglesia recuerda la inicial predicación evangélica, surgida desde el día de Pascua y continuada hasta el día de hoy.

Prontos a iniciar los Consejos de Provincia en Rivas, Nicaragua y al concluir las fiestas que recuerdan el VI centenario de la pascua de San Vicente Ferrer, me permito compartirles algunas ideas que expresaré el día de la Clausura en la Catedral de León, Nicaragua, honrando la memoria de Monseñor Antonio de Valdivieso, Obispo y Mártir.

El tiempo de Pascua, como época primordial de la fe, reafirma la memoria en el primer Testigo Fiel, Jesucristo. Este tiempo vocacional por excelencia, conmemora a los primeros testigos y los grandes retos que enfrentaron las primeras comunidades cristianas en su tarea de promulgar la fe. Sin este proceso pascual, con el punto final y permanente que da el Espíritu Santo a los creyentes, la tarea de la Iglesia estaría inconclusa, por eso, esta memoria nos hace también pensar en la Orden de Predicadores presente en Centroamérica bajo la protección de San Vicente Ferrer.

Los primeros hermanos predicadores llegaron en 1519 a la población de Nombre de Dios en Panamá, gracias a fray Reginaldo de Pedraza OP, esta comunidad pertenecía por jurisdicción a la Vicaria provincial de La Española hasta 1530, posteriormente se integró a la Provincia San Juan Bautista del Perú. Con ello, recordamos que en 2019 celebramos 500 años de la primera incursión dominicana a tierras centroamericanas y la expansión maravillosa que la Orden tuvo en la evangelización y en la defensa de la vida gracias a la idea de aquellos primeros hermanos, quienes con fray Pedro de Córdoba serían quienes unirían “hecho con el derecho” en la legítima defensa de los pobladores auténticos de estas tierras.

Este mismo espíritu circundaba en la Orden de Predicadores gracias a esta nueva fundación en tierras desconocidas y en 1529 se hace presente en Guatemala. Los frailes provenientes de México, gracias a la solicitud del Obispo Francisco Marroquín, nombres egregios como fray Pedro de Santamaría, fray Bartolomé de Las Casas, Fray Luis de Cáncer, Fray Pedro de Angulo, entre otros, diseñan el plan que implementarían en la evangelización de Chiapas, Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En estas hermosas páginas de la memoria dominicana, las Verapaces son un auténtico ejemplo de la predicación pacífica e inculturada en pueblos originarios.

Ya en 1535 encontramos establecida la Orden de Predicadores y con sus respectivas consecuencias ante el gobernador del momento, Rodrigo de Contreras, quien levanta un proceso contra fray Bartolomé de Las Casas. En la memoria de estas tierras nicaragüenses aún se encuentran los vestigios de Convento de San Pablo en León Viejo fundado en 1532, siendo el Prior fray Bartolomé de las Casa, acompañado por fray Luis de Cáncer, fray Pedro de Angulo y fray Domingo Rodríguez de Ladrada. Esta situación desembocó en el asesinato del Obispo fray Antonio de Valdivieso el 26 de febrero de 1550; en 1551 el Convento dominico de León y la Vicaría de San Francisco o de la Inmaculada de Granada, pasan de la Provincia San Juan Bautista de Perú, a la Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala.

Con estas pequeñas notas históricas podemos reflexionar ¿qué intuyeron los primeros hermanos en la tarea de predicación, ante estos difíciles contextos donde unían el hecho de la injusticia y el derecho divino de estas poblaciones?

Sin duda, como predicadores del Evangelio, siguiendo a Jesús como predicador del Padre que ejerce su soberanía salvífica a favor de la humanidad,  el Reino de Dios se convierte en el imperativo del mensaje evangélico cuyo signo es la paz, don supremo de la Pascua “Vayan y proclamen que el reino esta cera… al entrar en la casa salúdenla con la paz, si la casa es digna, llegue a ella su paz” (Mt. 10, 7.12-13)

Nuestros primeros hermanos intuyeron al gran predicador del momento, cuyo auge vivía la Orden vibrantemente en esos siglos y su eximio ejemplo hizo que San Vicente Ferrer fuese el dedo de Dios en las realidades apocalípticas de la historia. La figura de San Vicente Ferrer  y los primeros hermanos revelan que para la Orden Dominicana hay un estatuto teológico que se debe defender y es la encarnación continuada. Esta tarea presente hasta el día de hoy es la misión de los cristianos para mostrar al género humano la amistad de Dios al mundo y la Pascua es el momento visible de este divino intercambio.

El Papa Francisco expone que “cada hombre y cada generación” encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuestras relaciones intelectuales, culturales y espirituales. Una confianza de este tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas… Hoy mas que nunca nuestras sociedades necesitan artesanos de la paz que puedan ser auténticos mensajeros y testigo de Dios Padre, que quiere el bien y la felicidad de la familia humana. (Mensaje de Jornada Mundial de la Paz 2019).

San Vicente Ferrer, como cristiano y evangelizador vivió esta artesanía de la paz en una situación mundial y eclesial convulsa y se convirtió en comunión pascual y pacificador en todos los ámbitos, incluido el de la vida pública. Esto nos lleva a contemplar la dimensión política del Evangelio de la paz que nace de la propuesta de los seguidores de Cristo en todo aquello que favorece la defensa de la dignidad del ser humano.

Recodemos lo que dice el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes,76,  la cual invita a que el bien común y el bien eclesial contribuyan a la vocación personal y social del hombre. Una de las hermosas facetas de San Vicente Ferrer es ser mediador en los eventos públicos, sociales, políticos y eclesiales de su tiempo, sabiendo entender que en la mentalidad de su tiempo, en la sociedad medieval iban de la mano.

Lo más importante de esta consecución por la paz es que San Vicente llegaba a la fuente de todo poder, que es corazón humano. Por lo tanto en la trabajo por la paz, este es el inicio de todo cauce que convierta las estructuras, y quizá la más difícil y necesaria tarea a la que debemos contribuir como Iglesia de la Pascua, invitada a ser sanadora de heridas en la eliminación del odio, el rencor y la división que amenazan la historia humana. Esto le valió a San Vicente el ser reconocido como el Ángel de la Paz.

Tener una mirada del pasado y de nuestros personajes nos debe llevar de la mano para recrear nuestra acción en el presente y futuro, ahora más que nunca en un mundo marcado por la violencia es importante celebrar la Pascua y comprometernos con ella, como dijo el poeta Charles Péguy comenta “La paz es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia”

En todas las latitudes del mundo, el sufrimiento de las víctimas, la violencia vivida el viernes santo, también amenaza a los signos de los tiempos. El libro del Apocalipsis revela que a pesar de las señales evidentes del mal, el honor y la gloria es de aquel Cordero que es el alfa y la omega, el principio y el fin y, que él tiene la historia en sus manos y que solo Dios tiene la última palabra y esta es la vida manifestada en su Hijo Jesucristo Resucitado.

Con este acto clausuramos todo un año de celebración y recuerdo de San Vicente Ferrer como hombre de Pascua, inspirador de nuestra Provincia en Centroamérica. Sin embargo, no concluimos un evento sino que proyectamos un compromiso como predicadores de la paz en estas tierras centroamericanas, pues sin esta actitud compasiva, no sería la Orden de Santo Domingo, un hombre que escuchó el latido del mundo y salió de los muros que le separaban de la humanidad.

Que tengamos la fuerza de vivir lo contemplado.

Fraternalmente,

 

Fr. Carlos Antonio Cáceres Pereira OP

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