El dominico, en la soledad de su celda y en el recogimiento del claustro y del templo, debe «hablar con Dios», pero fuera, deberá «hablar de Dios». Su conocimiento de Dios como Verdad Primera deberá ser luminoso, porque podría ser iluminante, cuando la Iglesia lo llame a su misión por las almas.
Necesita «ideas, ideas fuertes, ideas plenas, porque de las ideas nacen los actos, y porque la verdad, cuando realmente domina la inteligencia, termina por gobernar la vida». Por esto acogerá como lema propio Veritas y las Constituciones imponen estar en paz continua, en estudio asiduo. El estudio se contempla en estricta relación con la oración: se enriquecen mutuamente, uno es inconcebible sin el otro.